Los diezmos y las ofrendas deben ser para el MINISTRO
COLABORADOR en cada casa donde se reúne la iglesia. Este dinero debe usarse
para proclamar el evangelio de la Ultima Hora, es decir para dar a conocer el
mensaje del séptimo profeta. El 10% de ese dinero recaudado debe darlo
anualmente al Profeta de esta edad.
Del dinero recaudado mes a mes debe destinarse
un 30% en ayuda social para los hermanos creyentes.
El MINISTRO COLABORADOR PEDIRÁ GUIANZA AL ESPÍRITU SANTO PARA REALIZAR ESTA LABOR CON SABIDURÍA.
ESTUDIO
SOBRE ESTE TEMA
La frase "ama a tu prójimo", varias
veces dicha por Jesús, es bastante bien conocida. Jesús consideró que éste es
el segundo más importante de todas las obligaciones morales, después de amar a
Dios. Por lo tanto, en su opinión, una sociedad cristiana debe basarse ante
todo en estos dos mandamientos, y debe respetarlos incluso más de lo que
mantiene las cosas tales como los valores familiares. Los versículos bíblicos relevantes
son Marcos 12:28-31:
28 Y uno de los escribas, y habiendo oído
disputar, y sabía que les había respondido bien, le preguntó: ¿Cuál es el
primer mandamiento de todos? 29 Y Jesús le respondió: El primer mandamiento de
todos es: Oye, Israel: El Señor nuestro Dios es el único Señor, el amor serás
tú 30 y el Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu
mente y con todas tus fuerzas: este es el primer mandamiento. 31 Y el segundo
es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay ningún otro
mandamiento mayor que estos.
Después de la muerte y resurrección de
Jesucristo, la "Iglesia" (en cuanto se refiere a organización) quedó
a cargo de los apóstoles, los cuales se dedicaban a velar por las necesidades
de los nuevos fieles. Se creó un
sistema de administración de bienes, el cual consistía en que los fieles traían
a los apóstoles todos sus bienes, los cuales eran repartidos en igual proporción para todos a la vez. De
esa forma toda la "Iglesia" tenía los mismos ingresos, y no había
ricos ni pobres. Esto se describe claramente en el libro de los Hechos
cap. 4:32-35:
32 Y la multitud de los que habían creído era
de un corazón y un alma; y ninguno decía ser suyo propio nada de lo que poseía,
sino que tenían todas las cosas en común. 33 Y con gran poder los apóstoles
daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús, y abundante gracia era
sobre todos ellos. 34 Así que no había entre ellos ningún necesitado; porque
todos los que poseían heredades o casas, las vendían, y traían el precio de lo
vendido, 35 y lo ponían a los pies de los apóstoles; y se repartía a cada uno
según su necesidad.
“Todos los que habían creído
estaban juntos, y tenían en común todas las cosas; y vendían sus propiedades y
sus bienes, y lo repartían a todos según la necesidad de cada uno” (Hechos
2:44-45).
“Y la multitud de los que
habían creído era de un corazón y un alma; y ninguno decía ser suyo propio nada
de lo que poseía, sino que tenían todas las cosas en común. … Así que no había
entre ellos ningún necesitado; porque todos los que poseían heredades o casas,
las vendían, y traían el precio de lo vendido, y lo ponían a los pies de los
apóstoles; y se repartía a cada uno según su necesidad” (Hechos 4:32, 34-35).
A. ¿Cuáles
cristianos “tenían en común todas las cosas”? Específicamente, los que
fueron añadidos a la iglesia en Jerusalén, comenzando en el día de Pentecostés
(Hechos 2). Los textos de Hechos citados arriba describen circunstancias
particulares de la iglesia en Jerusalén, o sea, las de todas las personas que,
estando en Jerusalén, obedecieron el evangelio predicado por los apóstoles,
bautizándose “para perdón de los pecados” (Hechos 2:38). No describen las
condiciones de ninguna otra congregación. De hecho, según el relato del
historiador Lucas, autor de Hechos de Apóstoles, la congregación en Jerusalén
era la única existente durante el tiempo cuando “todos los que habían creído…
tenían en común todas las cosas”. No hay referencia alguna a otra ni
implicación que existiera otra.
1. Corrobora, circunstancialmente, esta
conclusión el detalle histórico anotado en Hechos 5:16. “Y aun de las ciudades
vecinas muchos venían a Jerusalén, trayendo enfermos y atormentados de
espíritus inmundos; y todos eran sanados.” A las “ciudades vecinas” de
Jerusalén llegaron noticias de lo que estaba ocurriendo en la capital de
Israel, y de ahí que “muchos venían a Jerusalén, trayendo enfermos…”. Más sin
embargo, ni se intima la existencia de congregaciones en aquellas “ciudades
vecinas”.
2. También apoya esta conclusión la observación
del sumo sacerdote que reconvino a los apóstoles, diciendo: “¿No os mandamos
estrictamente que no enseñaseis en ese nombre? Y ahora habéis llenado a
Jerusalén de vuestra doctrina…” (Hechos 5:28). “…a Jerusalén” sí, pero aún no a
las “ciudades vecinas”.
3. Además, la "gran persecución"
desatada después del martirio del diácono Esteban fue "contra la iglesia
que estaba en Jerusalén" (Hechos 8:1). No se mencionan otras iglesias
hasta en Hechos 9:31. "Entonces las iglesias tenían paz por toda Judea,
Galilea y Samaria..." Estas fueron establecidas después de la dispersión
de la iglesia en Jerusalén por los que "fueron esparcidos por las tierras
de Judea y de Samaria, salvo los apóstoles" (Hechos 8:4).
B. ¿Hasta cuándo tenían aquellos hermanos en
Jerusalén “todas las cosas en común”? Hasta el día cuando “fueron esparcidos
por las tierras de Judea y de Samaria”. Martirizado Esteban (Hechos 7:54-60),
“…en aquel día hubo una gran persecución contra la iglesia que estaba en
Jerusalén; y todos fueron esparcidos por las tierras de Judea y de Samaria,
salvo los apóstoles” (Hechos 8:1).
1. Esparcidos todos, ya no estaban todos
“juntos” en la ciudad de Jerusalén.
2. Esparcidos todos “salvo los apóstoles”, es
axiomático que después de aquel evento estremecedor ya no se hacía la
“distribución diaria” (Hechos 6:1), “según la necesidad de cada uno”, de los
valores, o recursos, depositados a los pies de los apóstoles.
3. Perseguida “la iglesia que estaba en
Jerusalén” y esparcidos todos sus feligreses, “salvo los apóstoles”, finalizó
la etapa de tener los cristianos en aquella ciudad “todas las cosas en común”.
Este es un hecho muy significante.
4. ¿Cuánto tiempo después del establecimiento de
la iglesia en Jerusalén “fueron esparcidos” todos los feligreses en Jerusalén,
“salvo los apóstoles”? De dos a tres años después, según tres fuentes (en
inglés) consultadas en el Internet. Sencillamente, no existen datos suficientes
para fijar el tiempo con más precisión.
5. ¿Durante cuánto tiempo tenían los miembros de
la iglesia en Jerusalén “todas las cosas en común”? Por más o menos dos años,
quizás hasta cerca de tres. Aunque se dice, comúnmente, que la iglesia fue
fundada en el año 33 d. C., la fecha más correcta sería el año 29, o el año 30,
d. C., según la cronología más exacta desarrollada posterior a la publicación
del “calendario gregoriano” en 1582. Originada, pues, la iglesia en Jerusalén
en el día de Pentecostés del año 30 d. C., los cristianos en aquella ciudad
“tenían todas las cosas en común” hasta el año 32 d. C., tal vez aun hasta el
año 33.
C. ¿Cuántos cristianos tenían “todas las cosas
en común” por un espacio de entre dos y tres años? ¡Muchos miles! Quizás hasta
veinticinco mil, o aún más. Consideremos la información al respecto revelada en
Hechos.
1. Primero, Hechos 2:44 dice que “todos los que
habían creído… tenían todas las cosas en común”. “TODOS…” Se refiere a las
“como tres mil personas” bautizadas en el día de Pentecostés, el día inaugural
de la iglesia que Cristo fundó. Así que, comenzamos con la cifra de
aproximadamente tres mil.
2. Luego, “…el Señor añadía cada día a la
iglesia los que habían de ser salvos” (Hechos 2:47). Esto quiere decir que
“cada día” crecía más y más la iglesia en Jerusalén. Fueron bautizados “como
tres mil” en Pentecostés. Entonces, “cada día” subsiguiente, ¡había más
bautismos!
3. Sanado el cojo de nacimiento en la puerta
Hermosa del templo judío en Jerusalén, “todo el pueblo, atónito, concurrió” a
los apóstoles “al pórtico que se llama Salomón” (Hechos 3:11). Allí, el apóstol
Pedro les explica que el milagro había sido hecho “por fe en el nombre” de
Jesús (Hechos 3:16), es decir, por la fe que los apóstoles tenían en Jesús, y
enseguida, les proclamó el evangelio. De repente, “vinieron sobre” Pedro y Juan
“los sacerdotes con el jefe de la guardia del templo, y los saduceos”,
echándoles en la cárcel. Pese a esta acción, “muchos de los que habían oído la
palabra, creyeron; y el número de los varones era como cinco mil” (Hechos 4:4).
¡Cinco mil varones convertidos! Y por implicación, quizás también un gran
número de damas.
4. Cinco mil varones, más, probablemente, un
número considerable de mujeres, añadidos a los tres mil bautizados en
Pentecostés, sumadas además todas las personas añadidas “cada día” entre
Pentecostés y el encarcelamiento de Pedro y Juan –todos estos hacen una gran
multitud de cristianos en Jerusalén. De hecho, asimismo se presentan en Hechos
4:32. “Y la multitud de los que habían creído era de un corazón y un alma…”
Para esta fecha, estimamos ¡de doce a quince mil cristianos en Jerusalén! De
toda esta “multitud” también se dice que “tenían todas las cosas en común”
(Hechos 4:32). Y el número sigue creciendo vertiginosamente, conforme a las
siguientes dos entradas.
5. Ananías y Safira, miembros de la iglesia en
Jerusalén, venden una propiedad, trayendo una porción del dinero a los apóstoles, pero mienten al Espíritu
Santo, alegando haber entregado todo el precio. Ambos cayeron muertos (Hechos
5:1-11). Siguen predicando y haciendo milagros los apóstoles (Hechos 5:12-13),
resultando sus labores en crecientes cosechas de almas. “Y los que creían en el
Señor aumentaban más, gran número así de hombres como de mujeres” (Hechos
5:14).
6. Encarcelados los apóstoles, fueron liberados
milagrosamente, y haciendo caso omiso a las amenazas de los gobernantes judíos
incrédulos, “…todos los días, en el templo y por las casas, no cesaban de
enseñar y predicar a Jesucristo” (Hechos 5:17-42). Habiendo sido elegidos siete
diáconos para la iglesia en Jerusalén (Hechos 6:1-6), seguía creciendo “la
palabra de Dios, y el número de los discípulos se multiplicaba grandemente en
Jerusalén; también muchos de los sacerdotes obedecían a la fe” (Hechos 6:7).
¿En dónde? “…en Jerusalén…”
7. Hasta Hechos 4:32, calculamos en unos quince
mil el número de cristianos en Jerusalén. Entonces, tomando en cuenta el gran
crecimiento adicional indicado en Hechos 5:14 y Hechos 6:7, nos parece
razonable proyectar, para el año 32-33 d. C., hasta veinticinco mil cristianos
en Jerusalén antes del esparcimiento de la iglesia ocurrida al sufrir martirio
el elocuente Esteban. Aun este número pudiera resultar conservador. Y estos
muchos miles “tenían en común todas las cosas”.
8. Veinticinco mil personas convertidas en
Jerusalén durante los primeros dos o tres años después del establecimiento de
la iglesia en Pentecostés del año 30 d. C., comenzando con aproximadamente
“tres mil” en aquel Pentecostés. Por impresionante que sea este número, no
resulta extraordinariamente grande cuando comparado con la cantidad de israelitas
–de cinco a siete millones, tal vez más- que había en el Imperio Romano durante
el tiempo de Cristo y los apóstoles, antes de la Guerra romano-judía de los
años 67-70 d. C.[1] Ni tampoco cuando comparado con las enormes multitudes que
llenaban a Jerusalén cada año para la celebración de la Pascua, y cincuenta
días después, la fiesta de Pentecostés. A continuación, datos al respecto.
a) “Josefo [Flavio Josefo, sacerdote judío
durante el Siglo I, general de tropas israelíes en Galilea al principio de la Guerra
romano-judía, e historiador de los judíos, patrocinado, después de capturado,
tanto por el emperador Vespasiano como por su hijo el emperador Tito] nos
informa que el gobernador sirio Cestius Gallus pidió al sumo sacerdote que
tomara un censo de Jerusalén, siendo la móvil convencer a Nerón de cuán
importantes eran aquella ciudad y la nación judía. El sumo sacerdote se valió
del método de CONTAR el NÚMERO de CORDEROS SACRIFICADOS en la Pascua, a saber,
256,500. Entonces, multiplicó el número por 10, el número promedio de personas
que participaban de cada cordero. Aplicando la computación MÍNIMA de DIEZ
personas por cordero, el resultado sería una población de 2,565,000, o como lo
expresa el propio Josefo, 2,700,200 personas. (Flavio Josefo, Guerras judías 6,
9, 3). En una ocasión anterior, Josefo computó el número de judíos presentes en
Jerusalén para la Pascua en no menos de 3,000,000 (Flavio Josefo, Guerras
judías 2, 14, 3).” (Los festivales de Dios, Parte 1, Los festivales de
primavera. Por el Dr. Samuele Bacchiocchi. Citado por Keith Hunt , en su
artículo ¿Cuántos corderos fueron sacrificados en la Pascua? www.keithhunt.com)
b) “Al comprender nosotros que los corderos
pascuales fueron sacrificados en PRIVADO por grupos pequeños de personas (como,
por ejemplo, lo hicieron Jesús y sus doce discípulos al celebrar Jesús su
última Pascua en la tierra), al INICIO del día 14, o sea, en la tarde del día
14 del mes de Nisán, NO HACIÉNDOLO mediante rito alguno en el templo, una parte
del cual ejecutaría un sacerdote, entonces podríamos entender que Josefo
pudiera haber acertado al decir que la población de Jerusalén, en el día de la
Pascua (el día 14 de Nisán), alcanzara, para algunos años, hasta 3,000,000
personas” (¿Cuántos corderos fueron sacrificados en la Pascua? Por Keith Hunt.
www.keithhunt.com)
c) “Deseando el rey Agripa saber el número de la
población durante la Pascua, dispuso que los sacerdotes colocaran aparte los
riñones de las víctimas sacrificadas [es decir, de los corderos] (t. Pesah.,
4:15). Se contabilizaron seiscientos mil pares. Asumiendo que hubiera no menos
de diez participantes en cada haburah pascual (una asociación voluntaria de
adultos), el cálculo arroja un total de seis millones [de personas que tomaran
parte en aquella Pascua]. Se dice que aquella fue llamada ‘la Pascua
abarrotada’, tan abarrotada que no cabía la gente en el MonteTemplo[2].
Observamos de nuevo que, aunque estas cifras sean infladas grandemente,
confirman que Jerusalén se desbordaba de peregrinos pascuales” (Una Pascua judía
del Siglo I, www.bu.nb.ca)
[1. Según James Carroll, los judíos constituían
el 10 % de la población total del Imperio Romano. Carroll, James. Constantine's
Sword (Houghton Mifflin, 2001) ISBN 0-395-77927-8 p.26. Cita tomada del
artículo Jews, www.wikipedia.org]
[2. “El actual Monte Templo fue construido por
Herodes el Grande, comenzando en el año 20 a. C. La construcción continuó
durante ochenta y tres años, hasta el año 64 d. C., cuando se paró el proyecto
y fueron cesanteados dieciocho mil trabajadores (lo cual resultó en motines).
El Monte Templo constituye la sexta parte de la presente Ciudad Antigua,
cubriendo treinta y cinco acres. La construcción de la plataforma rectangular
requirió que se llenara gran parte del Valle Central.” www.bibleplaces.com
Treinta y cinco acres equivalen a más o menos catorce hectáreas. Teniendo una
hectárea diez mil metros cuadrados, el área total ocupada por el templo propio,
patios –de mujeres, de gentiles, de levitas, etcétera-, pórticos –como el de
Salomón-, claustros, etcétera, en el tiempo de Cristo y los apóstoles, era de
144,000 metros cuadrados. El Monte Templo también se llama Monte Moría.] El
Monte Templo era un “cuadrangular irregular: la muralla del sur = 281 metros;
la del oeste = 488 metros; la del norte
= 315 metros; la del este = 466 metros. Circunferencia total = 1,550 metros.
Área total = c. 144,000 metros cuadrados” (Judaism, por E. P. Sanders, Páginas
57-58).
D. ¿Estaban obligadas todas las personas que se
convirtieron a Cristo en Jerusalén, desde Pentecostés del año 30 d. C. hasta la
dispersión de la iglesia en el año 32-33, a vender todas sus propiedades y
bienes, y a poner a disposición de los apóstoles todo el dinero recibido?
Negativo. Al respecto, el reproche dirigido por el apóstol Pedro al “cristiano”
mentiroso Ananías es contundente. “Ananías, ¿por qué llenó Satanás tu corazón
para que mintieses al Espíritu Santo, y sustrajeses del precio de la heredad?
Reteniéndola, ¿no se te quedaba a ti? Y vendida, ¿no estaba en tu poder?”
(Hechos 5:4). Así que, Ananías y Safira no estaban obligados a vender su
heredad, o vendiéndola, no estaban obligados a entregar todo el precio a los
apóstoles. Esto no quiere decir que no debieran aportar generosamente, de
alguna manera, dentro de sus posibilidades, al fondo administrado por los
apóstoles o cooperar para socorrer a los necesitados.
E. ¿Por qué comenzaron los convertidos en
Pentecostés a vender sus posesiones materiales, continuando la práctica los que
fueron añadidos a la iglesia en Jerusalén hasta su dispersión en el año 32-33?
1. ¿Acaso les mandara Dios a hacerlo?
Considerando la explicación dada por el apóstol Pedro a Ananías y Safira,
obviamente no lo hizo. “Reteniéndola, ¿no se te quedaba a ti? Y vendida, ¿no
estaba en tu poder?” De haber Dios ordenado, por el Espíritu Santo, a aquellos
cristianos a vender sus propiedades, heredades, casas o bienes materiales, el
mandamiento hubiese sido aplicable a todos por igual, y la venta, pues,
obligatoria.
2. Entonces, ¿por qué? Escudriñemos dos textos
claves.
a) Hechos 2:44-45. “…vendían sus propiedades y
sus bienes, y lo repartían a todos según la necesidad de cada uno.”
Interesantemente, Lucas no dice: “…lo repartían a todos los necesitados según
la necesidad de cada uno” sino “lo repartían a todos según la necesidad de cada
uno”.
(1) Razonamos que este “todos” abarcara,
efectivamente, tanto a los que vendieron sus posesiones como a los pobres que
no contaran siquiera con lo básico para el diario vivir. “Todos… tenían en
común todas las cosas…” La forma más equitativa de tener “todos… en común todas
las cosas” sería que todos y cada uno –toda familia, todo soltero, toda viuda,
todo viudo- recibiera del fondo común una porción justa, “según la necesidad de
cada uno”. Los que vendieron sus posesiones, también tendrían “necesidad”. En
cambio, los que no vendieran sus posesiones, quizás no tuvieran “necesidad”, y
no teniéndola, se supone que no fueran recipientes de lo repartido.
(2) Pero, supongamos que “todos” se refiriera
solo a los “necesitados” convertidos a Cristo –hambrientos, desnudos, gente sin
trabajo, sin casa. Naturalmente, surge la pregunta: ¿Había acaso entre los que
obedecieron al evangelio en Jerusalén tantísimos pobres de esta categoría, tantos
y tantos que fuese necesario vender gran cantidad de propiedades y bienes a fin
de satisfacer sus necesidades? Tal vez. Suponiendo esto el caso, ¿qué les
pasaría a tantos pobres al ser “esparcidos” todos los cristianos en Jerusalén,
“salvo los apóstoles” (Hechos 8:1-3?
b) Hechos 4:32-35. “Así que no había entre ellos
ningún necesitado; porque todos los que poseían heredades o casas, las vendían
y traían el precio” a los apóstoles. “…que no había entre ellos ningún
necesitado” no implica, necesariamente, que los únicos beneficiados del fondo
administrado por los apóstoles fueran los pordioseros convertidos a Cristo. Por
las razones abordadas en las partidas anteriores.
c) Estas consideraciones nos inducen a procurar
más entendimiento sobre esta iniciativa de comenzar los primeros cristianos a
vender, voluntariamente, sin mandato divino, sus posesiones materiales.
3. Por cierto, algunas circunstancias de lo
acaecido en el día del establecimiento de la iglesia –Pentecostés del año 30 d.
C.- acaso indiquen otra razón, a saber, la probable permanencia en Jerusalén de
judíos provenientes de “todas las naciones bajo el cielo”, convertidos a
Cristo. Añadidos estos a la iglesia, ¿volverían enseguida a sus países de
origen? Quizás algunos sí, pero otros no. O tal vez se quedaran todos en
Jerusalén para recibir amplia instrucción de los apóstoles antes de regresar a
sus hogares en tierras lejanas. Suponiendo este el caso, ¿cuántos de ellos
contarían con los recursos necesarios para costear su estadía extendida? Teorizamos
que sus gastos los cubrirían los fondos devengados mediante la venta voluntaria
de propiedades y bienes poseídos por los cristianos radicados en Jerusalén y
sus cercanías.
4. Proponemos todavía otra razón, a saber, la
necesidad de afianzarse completamente en su nueva fe todos aquellos miles y
miles de cristianos convertidos en Jerusalén, consolidándose, uniéndose
estrechamente, aprendiendo a adorar todos juntos, “unánimes, a una voz”
(Romanos 15:6), a trabajar juntos en la grandiosa obra espiritual que se estaba
iniciando, formando una congregación grande y preparándose para salir por el
mundo entero, predicando el evangelio de Cristo. ¿Cómo lograr todo esto
aquellos miles de judíos nuevamente convertidos a Cristo, en medio de una
enorme multitud de compatriotas incrédulos y hostiles en grado sumo? Postulamos
que, para lograrlo, lo indicado fuese separarse casi completamente del mundo
material, entregándose del todo al aprendizaje de la nueva “doctrina de los
apóstoles” (Hechos 2:42) y de la “nueva vida” (Romanos 6:3-9) en el Señor
Jesucristo. Esto lo harían ellos, vendiendo muchas posesiones, creándose así un
fondo administrado por los apóstoles que los permitiría disponer de lo
necesario para la vida cotidiana, sin tener que volver enseguida a sus trabajos
seculares. Del fondo, recibirían “según la necesidad de cada uno” (Hechos 2:45;
4:35).
Por cierto, escudriñando
cuidadosamente el relato de Lucas, se sobrentiende que algo parecido pasara.
Consideremos.
a) “Todos los que habían creído estaban JUNTOS...”
(Hechos 2:44). “Todos…” Si bien este “todos” sea, en parte, retórico, no
significando “todos en absoluto”, ciertamente quiere decir “la gran mayoría” o
“casi todos, con pocas excepciones”.
b) ¿Dónde estaban “todos… juntos”? “Y
perseveraban unánimes cada día en el templo, y partiendo el pan en las casas,
comían juntos con alegría y sencillez de corazón” (Hechos 2:46). ¿Dónde? “…en
el templo, y… en las casas…” ¿Cuándo? “…cada día…” ¿Por cuántos días? Bastante
más adelante en el relato de Lucas, y por ende, en la línea del tiempo, en
Hechos 5:12, encontrarnos a aquellos cristianos todavía “todos unánimes en el
pórtico de Salomón”.
c) ¿Cómo podían aquellos millares de cristianos
permanecer “juntos… unánimes cada día en el templo… en las casas… en el pórtico
de Salomón” y, a la vez, dedicarse a negocios, profesiones, oficios, fincas,
etcétera? Nos inclinamos a pensar que se desligara la mayoría de ellos de tales
compromisos materiales, recibiendo solo lo necesario del fondo administrado por
los apóstoles. ¿Qué opina usted, estimado lector?
F. ¿Cuán grande era el fondo administrado por
los apóstoles en Jerusalén entre Pentecostés y la dispersión de la iglesia?
Dejándonos llevar por los datos y estadísticas recopilados en este estudio,
deducimos que cientos de personas, quizás hasta miles, vendieran sus
propiedades, heredades, casas o bienes, trayendo “el precio de lo vendido” y
poniéndolo “a los pies de los apóstoles” (Hechos 4:34-35). Sin duda, las sumas
recaudadas de día en día mediante estas ventas alcanzarían cifras
comparativamente altas. De los fondos acumulados así se hacía una “distribución
diaria” (Hechos 6:1).
1. Se asume que entre los muchos miles de
convertidos hubiera un porcentaje que no vendiera nada por no poseer
propiedades o bienes.
2. Además, es lógico pensar que un porcentaje de
los convertidos, particularmente de los que fueron bautizados en el día de
Pentecostés del año 30 d. C., lo compusieran judíos que habían venido de muchos
lugares lejos de Jerusalén para la celebración de la fiesta (Hechos
2:5-13).“Moraban entonces en Jerusalén judíos, varones piadosos, de todas las
naciones bajo el cielo” (Hechos 2:5). De estos, quienes poseyeran propiedades
en otras provincias o países difícilmente las venderían al convertirse de
repente en cristianos, ya que no contaban con teléfonos celulares,
computadoras, transferencia electrónica de valores o medios rápido de viajar.
3. “Todos los que poseían heredades o casas, las
vendían y traían el precio de lo vendido, y lo ponían a los pies de los apóstoles…”
(Hechos 4:34-35).
a) ¿Todos y cada uno, hasta el último, sin
excepción? Dudoso. Ya hemos visto que Ananías y Safira no estaban obligados a
vender su heredad.
b) ¿Toda propiedad y todo bien (Hechos 2:45)?
¿Hasta la casa de familia, muebles, utensilios, camas, negocios, herramientas,
o sea, lo básico para vivir? Tal vez. Pero, aun la expresión “tenían en común
todas las cosas” acaso indique que muchos retuvieran en su posesión al menos lo
más necesario para la vida material. Dispuestos sí a compartir aun esto, pero
no vendiéndolo necesariamente. También la expresión “…y ninguno decía ser suyo
propio nada de lo que poseía, sino que tenían todas las cosas en común” (Hechos
4:32). De haberlo vendido, ya no sería suyo para compartir; ya no lo poseería. Mas,
aun poseyéndolo, no lo reclamaría como “suyo propio” sino que lo pondría a
disposición de otros miembros de la iglesia. “Mi casa es su casa.”
c) ¿Dónde comían aquellos miles y miles de
cristianos? “…partiendo el pan en las casas, comían juntos con alegría y
sencillez de corazón…” (Hechos 2:46). “Perseveraban unánimes cada día en el
templo”, pero comían “en las casas”. ¿Cuáles casas? Pues, ¡las no vendidas! Las
que aún pertenecían a miembros de la iglesia, pero que se compartían libremente
con los demás cristianos, disponiéndolas los dueños como si no fueran “suyo
propio”. O, tal vez en casas alquiladas o arrendadas. O, quizás en los tres
tipos de casa.
d) ¿Dónde dormían aquellas muchedumbres de
creyentes en Cristo? Por inferencia lógica, en las casas. Comían “en las
casas”, también durmiendo en ellas, y no en el templo, los huertos o las calles
de la ciudad de Jerusalén.
G. ¿Era la iglesia en Jerusalén, de aquellos dos
años antes de su dispersión temporal (Ver la “Partida H”), una “comuna
comunista”? De modo alguno. Por las consideraciones que acabamos de desglosar.
Adicionalmente, por lo siguiente:
1. Los apóstoles no utilizaron los fondos
acumulados para comprar terrenos, industrias o negocios en los que trabajaran
sin sueldo los cristianos.
2. Los convertidos a Cristo no fueron forzados a
abandonar sus casas o terrenos, trasladándose todos a vivir todos juntos en
alguna “comuna central”.
H. Dispersados todos los feligreses de la
iglesia en Jerusalén en el año 32-33, “salvo los apóstoles”, al tiempo aquella
primera congregación se repuso, al menos en parte, y esto lo sabemos porque
Saulo de Tarso, convertido también a Cristo, al regresar de Damasco a
Jerusalén, intenta “juntarse con los discípulos; pero todos le tenían miedo, no
creyendo que fuese discípulo. Entonces, Bernabé, tomándole, lo trajo a los
apóstolos…” (Hechos 9:26-27). Así que, Saulo encuentra en Jerusalén a
“discípulos”, incluso a Bernabé, y los “apóstoles”. Amenazado Saulo de muerte
porque “hablaba denodadamente en el nombre del Señor”, sabiéndolo “los
hermanos, le llevaron hasta Cesarea, y le enviaron a Troas” (Hechos 9:28-31).
Justamente en este punto del relato histórico de Lucas se mencionan por primera
vez congregaciones en adición a la de Jerusalén. “Entonces las iglesias tenían paz
por toda Judea, Galilea y Samaria; y eran edificadas, andando en el temor del
Señor, y se acrecentaban fortalecidas por el Espíritu Santo” (Hechos 9:11).
Estas congregaciones son el fruto de las labores de “los que fueron
esparcidos”, que “iban por todas partes anunciando el evangelio” (Hechos
8:1-4).
1. Los cristianos que componían estas “iglesias”
en Judea, Galilea y Samaria, ¿tenían todas las cosas en común? Reponiéndose la
iglesia en Jerusalén, ¿volvieron los discípulos allí a tener en común todas las
cosas? Hasta donde alcance nuestro conocimiento, después del esparcimiento de
la iglesia en Jerusalén en el 32-33 d. C., no existe evidencia alguna de que
los cristianos continuaran la práctica de vender sus posesiones y tener “en
común todas las cosas”.
2. Establecida la iglesia en Antioquía de Siria,
al enterarse de una hambruna que afectaba a los cristianos en Judea, “los
discípulos, cada uno conforme a lo que tenía, determinaron enviar socorro a los
hermanos que habitaban en Judea; lo cual en efecto hicieron, enviándolo a los
ancianos por mano de Bernabé y de Saulo” (Hechos 11:29-30). “…cada uno conforme
a lo que tenía…” Nada de “vender propiedades, heredades, casas o bienes” los
cristianos en Antioquía. Nada sobre “tener en común todas las cosas”.
3. De hecho, esta norma de dar “según lo que uno
tiene, no según lo que no tiene” (2 Corintios 8:12) es la que se establece para
las iglesias (1 Corintios 16:1-3; 2 Corintios 8:1-24; 9:1-14), y no la de
“vender todo cristiano sus posesiones y tener todos los cristianos todas las
cosas en común”.
4. A resumida cuenta, vender los cristianos en
Jerusalén sus posesiones y tener “en común todas las cosas” durante los
primeros dos o tres años de su existencia, eran prácticas que respondieron a
las circunstancias muy especiales de aquella primera iglesia, no asentándose
precedente para toda congregación en todo el mundo durante toda la Era
Cristiana. No se le reveló a aquella congregación “toda la verdad” (Juan 16:13)
de todo el Nuevo Testamento durante aquel lapso de tiempo. Más bien, el
Espíritu Santo siguió cumpliendo su encomienda, la de revelar “toda la verdad”
a los apóstoles, hasta el año 95 d. C., fecha en la que el apóstol Juan recibe
las visiones de “Apocalipsis”. No tomar en cuenta esta revelación progresiva
bien puede dar por resultado el entendimiento incorrecto de la “voluntad de
Dios, agradable y perfecta” (Romanos 12:2) para su iglesia en todos los lugares
durante todas las fases de la Era Cristiana.
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